Esta es la tercera y última parte de la historia, por eso antes de sumergirte en esta nueva entrega, te invito a darle una vuelta a las dos anteriores para entender mejor el contexto:
Diarios de una mujer al límite (Parte 2)
Lo que sigue no fue fácil de escribir, pero necesitaba ponerlo en palabras. Antes de comenzar. Esta es la segunda parte de algo que empecé a contar hace un tiempo. Si no lo leíste, quizás quieras empezar por ahí, podes leer acá:
Empiezo este newsletter sin saber bien cómo. No es la primera vez que doy comienzo a una entrega de esta manera. Pareciera que la incertidumbre es algo a lo que temo, pero en verdad la habito diariamente.
Quizás esa es mi forma de empezar, no solo un newsletter, sino todas las cosas: sin saber bien hacia dónde estoy yendo, pero con la certeza de que hay algo, del otro lado del abismo, que me espera. Y eso es lo que estoy haciendo ahora, emprendiendo nuevos rumbos que no sé aún adónde me llevarán. ¿Cómo puede ser que siempre habite esa misma contradicción? ¿Que algo me entusiasme y me aterre al mismo tiempo?
Miro la página en blanco y tengo el deseo de darle comienzo a la danza que mis dedos tan bien saben ejecutar. A la vez no me animo, quiero que sea perfecto, entonces mejor lo retraso. Doy comienzo a la búsqueda, una que podría ser interminable, porque sé que mis palabras no están en los escritos de otros. Estoy buscando en los lugares equivocados y lo sé; sin embargo, prosigo y escruto lo que otras personas escribieron, para ver si encuentro un comienzo que sea de mi agrado, algo que pueda imitar.
Imitar. Cuando escribo esa palabra, sin querer pongo evitar, y me río. ¿Acaso no estoy tratando de evitar mi propia búsqueda al querer tomar palabras prestadas? ¿No evito la posibilidad de que un error de tipeo sea como una llave que me permite abrir la puerta de una habitación de mí misma que desconocía? Cuando imito, evito. La práctica de la escritura tiene una condición inalterable: no existe manera de evitarse. Evitar ser. Evitar emprender esa búsqueda que nos obliga, nuevamente, a saltar hasta el otro lado del abismo.
En el momento en que comprendo que buscar mi propio inicio en otros escritos carece no solo de sentido, sino también de fidelidad a mí misma, es que comienzo a escribir. Y empiezo a hacerlo como siempre doy inicio a las cosas: sin saber hacia dónde voy, pero avanzando igual.
Y me doy cuenta de que eso es lo que estoy haciendo ahora. No solo cuando escribo este texto, sino también en lo que estoy emprendiendo en este momento de mi vida. Miro una foto mía de hace unos días, donde estoy arreglando las paredes que el pintor dejó desprolijas. Me veo con una sonrisa grande, de oreja a oreja, porque mi boca y mis dientes no van a dejar nunca que mi sonrisa pase desapercibida. Sin embargo, en ese gesto contento también habita esa dualidad que me atraviesa en situaciones nuevas, donde la incertidumbre y esa posibilidad de experimentar algo desconocido causan en mí tanta atracción como aprensión.
Lo nuevo siempre trae consigo una dosis de riesgo y otra de incertidumbre. Estar a pocos días de lanzar —tras tanto tiempo gestándolo— una marca con piel nueva, con propuestas distintas, y abrir por primera vez un espacio físico, exige de mí más tiempo, más dinero y sobre todo, coraje para sostener la fe, aun sin certezas de que la cosecha será buena.


Mis mejores decisiones nacieron siempre igual: con muchas dudas, pero también con la certeza de que dar un paso es siempre mejor que quedarse quieta. Y sobre todo, con una sonrisa que no se me apaga aunque tiemble por dentro. Ojalá dentro de un tiempo pueda mirar atrás y decir que este también fue el principio de algo grande
Esta es la tercera, y probablemente última parte de esta crónica de mi vida, Diarios de una mujer al límite. Una de mis formas de intentar procesar lo que me estuvo pasando estos meses, y también una manera de seguir en conexión con quienes están del otro lado. Y mostrar, como siempre digo, el espectro de mi humanidad, de nuestra humanidad compartida. Porque esa es una de las pocas certezas que tengo: que lo que yo siento y experimento, probablemente alguien más lo sienta también, con sus propios colores y matices, con sus historias y palabras. Pero las sensaciones son, en cierta forma, son compartidas. El oscuro desamparo y los pequeños rayos de esperanza, la excitación y el miedo, la empatía en medio del enojo, el dolor, y la calma que da saberse hundida.
El límite ya lo toqué. O eso quiero creer. Me da miedo escupir para arriba. Si bien sé que puedo atajar la escupida, también sé que la saliva puede aterrizar en mi ojo. Quizás aún falta para el límite, y esta calma que siento estos días sea la previa a un nuevo huracán. Otra vez, la incertidumbre. El no saber si mañana voy a despertar con tormenta o con un sol que raja la tierra. En un acto de valentía, elijo confiar. Creer que la aguja de mi barómetro ya alcanzó su tope este año.
Borrasca: masa de aire donde la presión atmosférica es más baja que la del aire circundante; provoca tormentas tropicales y ciclones.
Anticiclón: masa de aire donde la presión atmosférica es superior a la del aire circundante; provoca tiempo estable y ausencia de precipitaciones, ya que limita la formación de nubes.
Elijo creer que salí de la borrasca y ahora comienza la etapa de anticiclón. De mi parte estoy haciendo todo lo posible para que así sea, pero yo no controlo el clima ni la totalidad de mi vida. La situación de mi abuela está en un período más despejado, pero semanas atrás los ciclones golpearon sin reparo y sus vientos giratorios nos dejaron mareadas, sacudidas y sin un norte claro. Corridas a la madrugada, mala praxis psiquiátrica, peleas y llantos, y una expulsión del hogar de mi abuela que ahora está en proceso de repechaje. Los números parecen favorables, los vientos parecen estar finalmente a nuestro favor. Y mientras escribo, le ruego a la vida que no haga uno de sus trucos. Le pido no estar equivocándome. Le insisto que ya me subí a la tabla y surfeé las olas grandes que trajo el ciclón, que ya es momento de poder, aunque sea por un rato, hacer puntitas de pie sobre la superficie calma.
Estas semanas que se sintieron como estar en un remolino también tuvieron que ver con lo que conté en la entrega anterior. El departamento de mi abuela se está transformando en algo nuevo: Espacio IM. El 12 de mayo empezaron los arreglos, o más bien los desarreglos, porque entre polvo y pintura fresca hubo muchos días de ausencia por parte de los pintores, reparaciones que quedaban mal hechas y nuevos rincones de la casa que había que revisar y refaccionar.
Diez kilos de cemento, cuarenta litros de pintura y cien onzas de paciencia se necesitaron para que, el 9 de junio, los pintores finalmente terminaran el trabajo más grueso y pudiera, ahora sí, dar inicio a la siguiente etapa de hilado más fino: sacar el polvo, limpiar la mugre, acomodar los muebles, refaccionar lo pequeño.
Mientras le doy una mano de pintura extra a la pared, me invade nuevamente esa sensación de miedo y excitación. Me parte al medio como un rayo; quizás es la resaca de la temporada de ciclones que acaba de terminar. Me asusta no saber en qué va a desembocar todo esto, me asusta la posibilidad de que el negocio no funcione, de que sea una inversión fallida y que todas mis ilusiones se echen a perder. Miro hacia atrás y pienso en mi vida: me doy cuenta de que, aunque siempre me dio miedo la incertidumbre, paradójicamente siempre le escapé a lo estable. Evité tener un trabajo en relación de dependencia, un hogar propio, una pareja estable, la posibilidad de abrir un local. Más bien me sentía cómoda siendo mi propia jefa, haciendo hogar por el mundo en Airbnbs y casas de extraños, teniendo amores con fecha de caducidad, y manejando un negocio pequeño que, si un día decidía irme, pudiera dejar atrás sin demasiada culpa.
Ahora, al estar en cierto modo echando raíces, se me sacuden todos los cimientos. Me repito que nada es para siempre y que, el día de mañana, las cosas pueden cambiar. Intento convencerme de que este es un capítulo importante en el libro de mi vida, pero no es más que eso: un puñado de páginas que cuentan una historia. El capítulo que le siga será igual de importante, así como lo fue el capítulo anterior.
De algún modo, eso me tranquiliza, y así la excitación va tomando poco a poco el lugar que ocupaba el miedo. Fantaseo con todo lo maravilloso que puede pasar. A esta altura, ya sabemos que siempre habito ambos extremos: el miedo y la fe ciega.
Probablemente debería cerrar esta tercera entrega honrando la intención con la que escribí la primera. Estos relatos fueron el racconto necesario para llegar hasta acá: contar todo lo que atravesé personalmente desde que recibí la oposición al registro de la marca me permitió abrir este capítulo de hoy. Una historia dentro de otra historia. Un pasado que sigue respirando en este presente.
Emprender no es lo mismo que tener un negocio consolidado. Emprender, para mí, implica una relación íntima y personal con la idea, con la forma de hacerlo crecer. Llega un momento en que el emprendimiento se convierte en negocio y ahí sí, la sinergia disminuye: entran en juego otros factores, otras personas que ayudan a mover la rueda, y el negocio avanza sin que tengas que estar minuto a minuto empujándolo. Pero Le Mat Market seguía siendo un emprendimiento. Lo que me pasaba a mí afectaba al proyecto, y lo que le pasaba a Le Mat me afectaba a mí. No éramos lo mismo, pero de algún modo caminábamos de la mano y crecíamos juntos. Quizás por eso, cuando tuve que poner en pausa mi vida, el emprendimiento también se congeló.
Hace unos días fui al primer encuentro de una convocatoria para emprendedores en UADE. Llegué acobardada, sin saber qué me esperaba, lista para enfrentar la peor situación: tener que decir frente a un montón de personas con negocios exitosos que el mío estaba pausado, que había fracasado, que no era digna de llevar el título de licenciada. Por supuesto, nada de eso ocurrió. Pero ese pensamiento desalentador me sirvió para entender el contraste: mientras escuchaba las presentaciones de los otros asistentes, me di cuenta de que yo era la persona con más recorrido emprendiendo y la única con un proyecto que, aunque frenado por un par de meses, sigue sosteniéndose firme. Dos meses de pausa no borran más de cinco años de historia construida. Lo que pensé que sería un momento de vergüenza terminó recordándome todo lo que ya logré, y lo que todavía está por venir.
Durante esos años sostuvimos —junto a Vero, mi mamá y compañera en este hermoso camino— un espacio que era ligero, curioso, lleno de prueba y error, abierto a todos los vientos. Hoy ese viento se calma, porque entiendo que para crecer no basta con soñar, hace falta elegir, sostener y anclar. Esta nueva etapa trae eso: raíces —muy tangibles, si vamos al caso—, estructura, decisión y compromiso. Lo que antes era un juego de exploración ahora pide ser un negocio con bases firmes, dirección clara y madurez. No se trata de dejar atrás la búsqueda y la curiosidad, sino de darle un cuerpo para que viva mucho más allá de mí. Y acá estoy, lista para sostenerlo como tal.
El primer acto de madurez que me pidió el proyecto fue resolver su nombre. Esta vez lo hice al revés, primero lo registré, antes de lanzarlo al mundo. En junio de 2024 me animé a dar el paso; tachaba los días como una presa, esperando que terminara el período en que me podían volver a hacer un oposición. Una vez que pasó esa etapa, exhalé y me relajé. Estaba más segura, aunque igual le prendí velas a todos los santos hasta que, un día de diciembre, entré, vi la palabra Concedida y salté de felicidad. ¡Finalmente había una marca que era mía!
Lo registré, lo protegí, lo dejé madurar mientras yo también me acomodaba a la idea de sostener algo más grande. No quise apurarme en contarlo, porque necesitaba que primero germinara dentro mío. No quería que me hicieran muchas preguntas, porque tampoco tenía muchas respuestas.
Lo guardé como un secreto y, al cabo de unos meses, empecé a contárselo a algunas personas cercanas. Y hoy siento que es el momento de abrirlo, de ponerlo sobre la mesa y de entregarlo primero a ustedes. Los que vienen caminando conmigo desde hace tanto, los que leen estas palabras cada vez que aparecen en su bandeja de entrada y que, de alguna forma, también son parte de lo que estoy construyendo.
Les dejo acá la prueba, casi como quien comparte la ecografía de un hijo antes de que nazca, la captura de la inscripción en el Instituto Nacional de la Propiedad Intelectual. Porque a veces dar nombre a las cosas es la manera más clara de decir que algo existe, que está vivo y que, sin dudas, vino para quedarse.
The Inner Market. Así se llama este nuevo capítulo que empieza a caminar solo.
Pero no es solo un nombre, adentro late un universo de cosas que están brotando de a poco. Una de esas semillas ya germinó y pronto abrirá sus puertas. Espacio IM, el lugar físico donde todo esto empieza a hacerse real. Es apenas uno de los frutos de The Inner Market, que va a reunir arte, creatividad, reflexión y comunidad de nuevas maneras. Ya contaré más sobre su significado, el porqué del nombre, y todo lo que se viene. Pero ahora sí puedo despejar una duda que sembré en la entrega anterior, por qué se llama Espacio IM.
IM no solo guarda las iniciales de The Inner Market. Para mí, también encierra la raíz de toda identidad: I Am, Yo Soy. Antes de cualquier rol, historia o creencia, está el simple hecho de ser. Yo soy es lo que queda cuando soltamos etiquetas y expectativas. Es la raíz de todo lo que podemos crear, compartir y sostener juntos.
Y así termino esta última entrega de Diarios de una mujer al límite. Probablemente lo próximo que envíe siga teniendo relación a esto, porque aún sigo en ese limbo donde lo viejo no termina y lo nuevo recién está por comenzar.
Gracias por acomáñarme en este recorrido y por ser parte de esta nueva etapa. Si bien The Inner Market ya está acá, apenas estamos comenzando. Quiero que seas parte de esta transformación conmigo, así que, si querés, contame qué te pareció esta entrega, qué te deja pensando, o qué te gustaría leer la próxima vez.
Y obvio que toda palabra de aliento siempre suma en los momentos de cambio. Gracias, por leer.
N,




Bienvenido al mundo The Inner Market!!!
Te admiro y te celebro mujer. La transparencia, la sensibilidad, la paciencia y la confianza que tenés en la vida, en vos y en tus proyectos, incluso con el miedo y la incertidumbre que contás, es conmovedor. Sos tu mensaje "humanidad compartida" con patas 🥰
Quedé tecleando con la frase "imitar es evadir". Me abrió unos pares de ventanas jajaja
Disfruté cada entrega de estos diarios y estoy expectante por lo que viene, con la forma que vos elijas, porque siempre es un placer leerte Nati querida 🧡